Realidad líquida
En una pequeña casa, al final de una calle tranquila, Pedro disfrutaba de su ritual nocturno. Tras un largo día de trabajo, se sumergía en la calidez del agua de la ducha, dejando que las preocupaciones se desvanecieran con cada gota que caía. Al finalizar, se secaba, se vestía con ropa cómoda y se dirigía a la cama, listo para perderse en el sueño. Pero cada noche, justo cuando el silencio envolvía la casa, un sonido inquietante rompía la calma: el goteo del agua de la regadera.
Al principio pensó que era un problema de plomería. Sin embargo, cada vez que se acercaba al baño, las llaves estaban cerradas y todo parecía en su lugar. Cada noche, el ritual se repetía, el goteo resonando en la oscuridad, como un eco de algo que él no podía ver. Una sensación de inquietud se asentaba en su pecho, pero no podía evitar la curiosidad.
Una noche, decidido a descubrir la fuente del sonido, colocó su grabadora junto a la regadera antes de irse a la cama. Cerró los ojos, dejando que el sueño lo envolviera. Horas más tarde, un ruido lo despertó. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió al baño.
El agua caía a raudales, pero las llaves seguían cerradas. Se acercó a la grabadora y la encendió, reproduciendo el sonido de la noche anterior. Al principio, solo había el goteo, pero luego, lentamente, comenzaron a aparecer susurros. Eran voces que no reconocía, palabras en un idioma extraño y melodioso, como si alguien estuviera tratando de comunicarse desde muy lejos.
Pedro se sentó en el borde de la bañera, sus ojos fijos en la grabadora. Los susurros se intensificaron, y de repente, una imagen surgió en su mente: un vasto océano de un planeta desconocido, donde criaturas de formas fluidas y colores vibrantes nadaban en armonía, hablando entre sí en un lenguaje que parecía resonar con el agua misma. Se dio cuenta de que no era solo un sonido; era un eco de otra realidad, un universo acuático donde la vida florecía.
Cada gota de agua que caía en su propia regadera era un fragmento de comunicación, un hilo que conectaba su mundo con aquel otro. Cada noche, mientras dormía, esos ecos se entrelazaban con sus sueños, revelando visiones de un mundo que existía al mismo tiempo que el suyo, pero que nunca había podido tocar.
La fascinación comenzó a reemplazar el miedo. Pedro se encontró buscando respuestas, investigando sobre dimensiones, universos paralelos y la naturaleza del agua. Pasó horas en la biblioteca, leyendo sobre teorías científicas y mitologías de la creación. Poco a poco, su vida comenzó a girar en torno a aquellas voces.
Una noche, decidido a escuchar con más atención, volvió a colocar la grabadora, pero esta vez, se sentó en silencio, listo para captar cualquier mensaje. El goteo se convirtió en un murmullo, y las voces parecían más claras, más cercanas. "Escucha", decían, "el agua es el puente".
Con cada noche que pasaba, Pedro se sentía más conectado con ese mundo acuático, como si las voces estuvieran llamándolo. Una parte de él anhelaba entenderlo todo, desentrañar el misterio que se ocultaba tras esos susurros. Sin embargo, también sentía un escalofrío, una inquietud que le decía que había algo más en juego.
Una noche, mientras escuchaba atentamente, sintió una presión en el aire, como si el ambiente a su alrededor se distorsionara. Las voces comenzaron a amplificarse, y por un momento, el agua en la regadera dejó de caer. En su lugar, una luz azulada empezó a brillar, iluminando el baño con una intensidad desconocida.
Pedro, atónito, dio un paso atrás. La luz parecía estar conectando su mundo con aquel otro, y en ese instante, comprendió que había cruzado un umbral. Las voces se hicieron más urgentes: "Ven a nosotros".
Pero en lugar de acercarse, un instinto de preservación lo hizo retroceder. Mientras la luz se intensificaba, sintió que era mejor mantenerse al margen, al menos por ahora. La regadera chisporroteó, y una corriente de agua comenzó a fluir, no hacia abajo, sino hacia el aire, formando un vórtice brillante.
Pedro se dio cuenta de que no estaba listo para dar el salto. La posibilidad de descubrir otro mundo era tentadora, pero también aterradora. Con un último eco resonando en su mente, comprendió que el agua era, efectivamente, un puente, pero no estaba preparado para cruzarlo. Esa noche, se retiró al dormitorio, dejando la puerta del baño entreabierta, consciente de que la conexión permanecía, pero también de que había más que aprender antes de tomar una decisión que podría cambiarlo todo.
Mientras se acomodaba en la cama, el sonido del agua comenzó a caer de nuevo, pero esta vez era diferente. Era un murmullo suave, casi como una canción de cuna. Pedro cerró los ojos, esperando que, en algún momento, las voces lo guiaran hacia la verdad. Sabía que el viaje apenas comenzaba y que, tarde o temprano, tendría que enfrentar lo desconocido.
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